lunes, 9 de noviembre de 2015

Una verídica (y decepcionante) historia de la Creación [relato]



Después de exactamente ciento cincuenta y cinco días (en realidad, ciento cincuenta y cuatro días más unas horas, pero no seamos tan exactos), he vuelto de aquel universo paralelo en que me hallaba perdido (really?);  ocupaban mi tiempo algunos asuntos literarios y de otras índoles... Pero, como ves, he vuelto, y te traigo un souvenir: este pequeño relato que escribí hace un mes o dos;  el cual me gustaría compartir contigo. Como curiosidad, quiero que sepas será publicado proximamente en una antología provincial, y, por tanto, esta no es la versión arreglada. Ya, no digo más. Que lo disfrutes.


Una verídica (y decepcionante) historia de la Creación

Como Dios no era muy brillante, lo único que se le ocurrió fue crear el Universo a partir de un punto que estallara de pronto y sin motivo alguno. Cualquiera hubiera pensado en algo más interesante, como diseñar su creación estrella por estrella, pintar detalladamente hermosas galaxias y, desde el mismo comienzo, darle vida a una criatura inteligente. Pero no, Dios no era esa clase de persona. Quizás por eso (y por lento) lo habían despedido de su trabajo anterior. De todas formas, a Él le parecía una idea genial. Se dedicó durante eones a contemplar cómo los incandescentes pedacitos del estallido se agrupaban formando nebulosas, estrellas, galaxias y otras cosas raras a las que no prestó mucha atención. Era divertido mirar. Sin dudas, lo era mucho más que pensar.

Claro, pasado un tiempo, incluso Él se aburrió de tanta parsimonia y decidió darle vida a su primera criatura. Lo único que le vino a la mente fue un bichito microscópico que no hacía más que flotar en el agua y copiarse a sí mismo (recuerden, Él no era muy ingenioso). Más adelante, su psicólogo le explicaría que tal conducta era la manifestación de un profundo complejo de inferioridad.

Sobra decir que Dios estaba fascinado con sus insignificantes bacterias. Le encantaba verlas autorreplicarse, poblar el planeta y evolucionar hacia criaturas más complejas (esto último fue un error imprevisto, ya que jamás podría habérsele ocurrido algo así). Antes de que se  diera cuenta, en el planeta había todo tipo de bichos. A veces, para romper con la monotonía, Dios les mandaba un asteroide, hacía estallar un supervolcán o propagaba una pandemia que extinguía a medio planeta.

Más tarde que temprano, se le ocurrió una idea “brillante”: hacer una criatura a su imagen y semejanza. Se disponía a mirarse al espejo cuando, sin previo aviso, hubo un apagón. ¡Hágase la luz!, gritó, pero la luz no se hizo y tuvo que seguir a oscuras. Como es obvio, la criatura quedó con montón de desperfectos. Dios trató de hacerla evolucionar, aunque. Al ver que no podía, la dejó a su propia suerte.

Sin embargo, tal como había ocurrido con la evolución de las bacterias, esta especie manifestó una característica inesperada, la inteligencia. Era tan inteligente que se llamó a sí misma “hombre” (aunque también hubiera “mujeres”) y nombró “Tierra” a su planeta (a pesar de que la tierra no fuera precisamente lo más abundante ahí). Pero bueno, el “hombre” era inteligente y Dios, además de feliz, se sentía muy identificado con él aunque fuera incapaz de comprender la causa.  Se entretenía viendo cómo el hombre creaba cosas, destruía cosas y pasaba mucho tiempo sin hacer nada.

Cuando le iba demasiado bien, Dios se aburría y utilizaba los recursos de siempre para hacer más entretenido el juego. Disfrutaba ver a su creación favorita aterrorizarse frente a los volcanes, tsunamis, tormentas y enfermedades; y más aún escuchar sus rezos y los muchos nombres que le daban.

Un día, como es natural, se hartó del hombre y decidió darle inteligencia a otra criatura, la vaca. El destino de la vaca sería derrocar al hombre. Para ello seleccionó una de origen francés, porque los hombres franceses tenían espíritu revolucionario y, por lógica, sus vacas también debían tenerlo. A pesar de esto, la revolución de las vacas francesas fracasó. Lo mismo ocurrió con las vacas rusas, inglesas, chinas y alemanas. Sin embargo, en un lugar muy alejado, que el hombre había nombrado Cuba, surgió de entre las “masas” bovinas una vaca destinada a triunfar. La Revolución, increíblemente, tuvo éxito y las vacas por fin desplazaron al hombre y lo llevaron a su extinción. Dios estaba contento. La cúspide de su alegría fue cuando, al mirarse al espejo (esta vez con luz), notó por primera vez que había sido a la vaca, y no al hombre, a quien había creado a su imagen y semejanza.

1 comentario:

  1. Dejame secarme las lagrimas y terminar de aplaudir para comentar :P
    Ricardo

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